jueves, 14 de enero de 2010

...

No es nada especial...
Solo que hoy me he acordado de que os echo de menos.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Brujas.



Aquel fue un día ajetreado. Llovía y hacía frío. Llagamos tarde, teníamos dos horas para comer y nos ibamos. Apenas tuvimos tiempo de nada.
Pero aun recuerdo cosas, fotogramas difusos. La gran plaza. El carrusel en el centro. La calle por la que entramos. El olor del chocolate... Pero sobre todo recuerdo un sonido. Ese sonido era único, irrepetible. El sonido de los cascos de los caballos en contacto con el suelo de pieda.
Sí, esa era la melodía de Brujas.

martes, 15 de septiembre de 2009

Azul y rosa.



Esto tuvo que ser en primero de preescolar, como mucho segundo. Porque en tercero quitaron ese columpio.
Era un columpio muy raro, no cabe duda. Una especie de esfera inmensa (al menos era inmensa a ojos de alguien que no pasaba del metro) hecha con barotes de hierro de diferentes colores.
Dos de ellos eran el azul y el rosa.

La forma curbada y los barrotes proporcionaban comodidad y solíamos tumbarnos dentro como si de hamacas se tratasen. Pero solo cabía un niño dentro de una zona de un color y asi surgieron los primeros conflictos sexistas.
Yo siempre me tumbaba en el azul, y algun chico venía a echarme, alegando que el azul era un color de chicos y que yo era una chica y tenia que irme al rosa.
Pero no, el azul era mi color preferido y de ahi no me movía nadie.

Inspector Gadget



Por aquel entonces, que se quitara James Bond, que como el inspector Gadget no había ninguno. Esa serie de dibujos animados en la que el jefe llamaba por telefono al desastroso inspector Gadget para informarle de una misión y el telegrama terminabacon el siempre típico "este mensaje se autodestruira en tres, dos..." y de una forma u otra acababa estallando siempre en la cara del pobre jefe.
Esa serie donde Gadget no se enteraba de nada y la niña rubia cuyo nombre no recuerdo resolvía el caso con la ayuda de su libro ordenador y el perro con el que contactaba atraves de su reloj atrapaban a los malos.
Esa serie donde aparecia el gran memé del malo malisimo que solo sale de espaldas en su sillon acariciando a un gato feo.
Sí, es esa.
Creo que nos pasamos alrededor de un año jugando en TODOS los recreos a ese juego. Los roles eran siempre los mismos.
Julen era el inspector gadget.
Aitor era el jefe.
Elvira era la chica rubia.
Iñigo era el perro.
Javier era el malo malisimo.
Y Irene era el gato feo.
El resto eramos malos y teníamos que atrapar a Elvira, y encerrarla debajo del tobogan rojo, que era la carcel. El despacho del malo malisimo, osea Javier, estaba al pie del tobogan y Irene estaba siempre acurrucada ahí.
Cuando teníamos encerradada a Elvira ella llamaba a Íñigo a traves de un reloj-trasmisor que ella misma se había hecho con papel de cuaderno y cuando la salvaba... Vuelta al principio.

Hexagonal



Recuerdos de tres años borrosos. Tres años de los que apenas recuerdo nada. No soy capaz de distinguir cual era primero, cual segundo y cual tercero... Pero aun así recuerdo algunas cosillas. Breves capitulos de mi infancia. De esa época donde nada parecía importar, donde cuando algo iba mal bastaba con gritar "¡Eso no vale!, ¡trampa!" y si te equibocabas no había más que gritar"¡Se repite!".

No se si realmente sería así, pero yo recuerdo las aulas como hexagonales. Apenas guardo más de tres o cuatro recuerdos del edificio por dentro, pero creo que era hexagonal. Con unas escaleras de caracol pegadas a la pared, y altas jardineras. Recuerdo que nuestra clase estaba separada en tres secciones diferentes: La de escribir, la de las comiditas y la de los balones.
La de escribir estaba a la izquierda, donde los percheros de dejar los abrigos. Unas mesas, lapizeros y gomas de borrar para todos. Y esos folios con muchas lineas xD... Esta zona no me gustaba nada.
La de los balones estaba a la derecha, y tampoco me hacía mucha gracia. Todo el suelo de esa zona lo recubria una especie de alfombra de un azul berdoso oscuro y desgastado. Desagradable y aspero al tacto. Probablemente por eso no me gustaba, por aquel entonces yo era muy simple.
Habia una pizarra verdosa, algunos cojines y una caja de plástico verde llena de cosas redondas. Desde algun balón de futbol, hasta enormes abalorios de madera, pasando por pelotas de gimnasia rítimica y canicas.
Mi faborita, sin ninguna duda, era la de las cocinitas. Estaba al fondo, en el centro. Había unas mesas amarillas junto a la pared, y todo cajas llenas de comida de plástico. Tambien, creo recordar, que había una caseta de plástico.
A veces, cuando las cuidadoras se despistaban, se harmaba la guerra. Empezaban a volar tomates, limones, manzanas y demás frutas arrojadizas de plástico. No recuerdo a cuar de las otras zonas iban dirigidas, pero si recuerdo que los abalorios de madera dolian... Y mucho.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Space Mountain.


Como olvidar ese día... imposible. Tal vez no fue el más divertido... Ni el más agradable... Pero sí fue el más especial.

Lo recuerdo como un día frío, lluvioso. Nubes grises cubrían el cielo de París, esa noche, por primera vez en una semana, no vimos las estrellas.
La humedad de la mañana se encargó de desperezarme, aun con el sabor de la leche dulce en la boca me acomodé junto a la ventana, en ese asiento de la quinta fila del autobus que ya era mio. Cada mañana desde hacía una semana.
Apollé la cabeza en el cristal, sintiendo su contacto helado sobre mi frente. La suave manta atarciopelada me protegía del frío. Sentí que no quería irme, que no quería que se acabara.
No quería volver acasa.

Pero cuando el autobus arrancó y miré atrás, supe que no volvería a ver ese hotel de las afueras de París, como supe el día anterior que no volvería a perderme nunca más en el bosque que circundaba los bungalows de Amsterdam. Pero por mucho que yo lo deseara, el autobus siguió su camino, hacia el último punto de nuestro viaje. Ibamos a Disneyland. Pregunté la hora y supe que al día siguiente, a esa misma hora, ya habríamos cruzado la frontera, rumbo a la jodida rutina.

Estube todo el camino mirando por la ventana, oyendo las canciones que aun hoy me recuerdan esos días. Cuando vi el primer cartel que anunciaba disneyland no pude evitar sacarle una foto. Es esa imagen que preside esta entrada. La que me ha impulsado a escribir esto. La dorada cortina del autobus descorrida, el cristal cubierto de gotas de lluvia, coches parados a la espera. Cuando cruzamos la puerta ya veíamos las atracciones más altas. Hablaban todos a la vez. “¡Mira, el Space Mountain!”, “¿Son esos los estudios?”, “¡Ya estamos, ya estamos!”... Parecía que teníamos diez años.

Recuerdo cuando nos vajamos del autobus, recuerdo a Sara abrazandose a si misma, muerta de frío pues el autobusero seguía puteandonos y no nos quería abrir el compartimento de las maletas para coger abrigos, camaras o comida. Recuerdo que Irene tenía un paraguas, creo. Recuerdo que fuimos por las cintas transportadoras, decenas de ellas. Recuerdo que los monitores nos repartieron las entradas, la mía tenía una imagen de Dumbo. Recuerdo que intenté cambiarsela a alguien por una de Campanilla, nunca me había gustado Dumbo.

Cruzamos las puertas y caminamos hasta llegar al enome castillo por el cual llegamos a las calles de baldosas rosas. Las vías del tranvía las surcaban como una tela de araña metalica. Recuerdo las ganas de llorar de emoción, solo con ver las tiendas, tan trabajadamente elaboradas. Las tiendas que, a mi parecer, vendían ilusion y alegría en frascos. Recuerdo la primera vez que me asomé a la calle principal y vi, frente a mi, el mítico castillo. Recuerdo esa palpitanse sensacion de volver a ser un niño. Deseosa de echar a correr, de perderme en los rincones más ocultos de ese maravilloso lugar. Deseosa de no volver. Recuerdo que sin quererlo me separé de mi grupo y acabé con otros de clase. Recuerdo que antes de ese viaje apenas me trataba con ellos, antes de ese día penas ean más que conocidos. Ahora se que no podría olvidarles. La primera atracción fue el “Space Mountain”. No había dejado de oir ese nombre en todo el día, debía ser la caña.

Nos pasamos más de una hora en la cola, llendo y viniendo. Charlamos, nos mojamos, nos reimos... Creo que no había hablado nunca tanto tiempo seguido con ellos. En la puerta, justo en la entrada, delante nuestro solo lo que parecía una profunda cueba. Cuando la chica nos indicó que entraramos, lo hicimos corriendo. Corrimos gritando hasta la entrada, y gracias a eso adelantamos a los del fastpas, sin haberlo querido. Dentro nos esperaba más cola, pero nos dio igual. Ya oíamos los vagones, ya quedaba menos. Cuando, por fin, llegamos hasta los vagones apenas podía respirar. Nos sentamos, nos ajustamos el arnes y el vagon comenzó su marcha.
Iba lentamente, sin prisa. Se quedó parado, estabamos casí en vertical, dentro de un cilindro de hierro a traves del cual veíamos el parque. De pronto pareció que caíamos hacia atrás, y salimos disparados hacia arriba, como un cañón, atravesando el humo artificial.. Nos adentramos en la montaña, totalmente a oscuras, con todas aquellas luces que simulaban estrellas, los gigantescos planetas, los loopings y nuestros gritos.
Aquella fue, sin duda, la atracción que más me gustó.

Podría escribir cientos de páginas sobre este día... Pero prefiero dejarlo aquí, por ahora. Porque este es el principio del día más especial de mi vida.

Adiemus de K.Jenkins


Ya casi había olvidado esto. Bueno, no del todo. Oír su canción me ha devuelto todos los detalles a la cabeza... Lo veo todo como si estuviera ahí:

Aquel fue un bonito día. Aun recuerdo como llegué a las galerías donde daban el concierto. Subía corriendo por las escaleras mecánicas porque llegaba tarde. Corría sin cesar, aunque no sabía exactamente a donde iba. “Junto al restaurante chino” me habían dicho. Ahí me dirigía cuando vi el cartel. Crucé la cristalina puerta sin dudar y una chica me preguntó si iba al concierto de los coros, que ya iba a empezar. Me tendió una entrada sin numerar y entré por una senda puerta de un frío metal dorado.
El escenario estaba abajo, la sala estaba casi completamente llena. Bajé las escaleras para volverlas a subir, me daba miedo sentarme en la primera fila, no quería que me vieran.
Por eso me escondí en un asiento de una de las últimas filas, junto al pasillo.
Entraron poco después, yo ya tenía el móvil en la mano, lista para grabarlo. Sus trajes eran tan resplandecientes como siempre, negros y dorados. Las canciones se iban sucediendo, una tras otra, haciendo que me evadiera. Pero, como de costumbre, había una que me gustaba por encima de las demás.
Cuando empezaron a entonar los acordes de “Adiemus” me sentí morir.
Comenzaban susurrando, como el viento. El piano sonaba tímido, semi oculto tras las voces de las coristas. Aunque no entienda lo que dice, esta canción siempre me sube el animo. Me suena a superación. Empieza suave, como un susurro, pero cada estrofa cobra más fuerza. Un par de palabras más y las voces se callan, dejando solos al tímido piano y un saxofón que suena más melancólico de lo habitual. Las voces vuelven, con fuerza, más que antes. Casi son gritos. De pronto solo se oye una voz, se le suma otra, y todas vuelven a sonar juntas. Será la magia de los coros, como unos se apoyan a otros, como mientras unos susurran otros gritan .
El suelo parece temblar... O tal vez soy yo, que no puedo contener la emoción. Siento ganas de llorar, hay algo en esta canción que me desborda. En esta canción y en ellas. Mis chicas, mis coristas, algunas son compañeras de clase, amigas de la infancia. Será que cuando las escucho me acuerdo de cosas. Al poco rato suena “Let it be”. Esta también me encanta, la solista no tiene una voz excepcional, canta bien, pero no es algo excesivamente llamativo. Pero, no sé... Es especial.
Me vibra el móvil, me esperan. Rechazo la llamada y miró el reloj. Veo que ya pasan las nueve, hacía rato que me debería haberme ido. Me levanto, tratando de no hacer ruido y salgo corriendo. La puerta se cierra a mi espalda y amortigua las voces que aun cantan en mi cabeza. Las galerías están prácticamente desiertas, no queda ni la chica de las entradas.
Cuando llego a la calle llueve, no recuero si tenía paraguas. Hacía frío y yo corría para no llegar aun más tarde a mi cita. Aunque el viento invernal azotaba mi cara sin piedad y el oscuro abrigo apenas me protegía de la lluvia, yo seguía si volver a la realidad. Pues aun estaba en aquel teatro dorado y rojo, escuchando el concierto, sentada en una esquina oscura, mirándolas sin poder dejar de sonreír.